En las manos de Dios

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El cardenal Eduardo Pironio ha dejado su impronta en la historia de la Iglesia. Se caracterizó siempre por su sencillez, por la entrega a la voluntad de Dios. Lo había aprendido de su madre, mujer sencilla y de fe profunda. Era el vigésimo segundo hijo, el último nacido. Su historia, el mismo reconoce, tiene mucho de milagrosa. “Mis padres eran italianos. Llegaron a Argentina nada más casarse. Cuando nació el primer hijo, mi madre tan sólo tenía 18 años y enfermó gravemente. Durante seis meses estuvo en cama, sin poder moverse. Cuando se recuperó los médicos le dijeron que no podría tener más hijos, pues, de lo contrario, su vida correría peligro. Al no saber qué hacer, mi madre fue a consultar al obispo auxiliar de La Plata. Ante el problema que le planteó mi madre, el obispo le dijo “los médicos pueden equivocarse. Usted póngase en las manos de Dios y cumpla sus deberes de esposa” y después celebró una misa pidiendo protección para mi madre. Más tarde dio a luz a 21 hijos, yo soy el último, y vivió hasta los 82 años”.