Alejandro Magno

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El mejor retrato de Alejandro Magno nos lo proporciona Plutarco con la anécdota del indómito caballo Bucéfalo cuya compra ofrecen a Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro. El caballo no permite que se le acerque jinete alguno; es tan rebelde que Filipo está a punto de renunciar definitivamente, cuando Alejandro dice “qué caballo tan hermoso se pierde por falta de valor y fuerza”.
Filipo acepta el reto y le promete Bucéfalo a su hijo, si logra dominarlo. Alejandro corrió hacia el caballo y, tomándolo de las riendas, lo giró hacia el sol, acaso porque se había dado cuenta de que le asustaba la oscilante sombra que caía sobre él. Corrió un poco junto al animal y lo acarició, mientras lo veía resoplar de calor y de furia; después dejó caer sigilosamente su capa y se montó en él de un ágil salto.
Al principio tomó las riendas con firmeza, y sin golpearlo ni espolearlo, lo refrenó; pero en cuanto notó que perdía su carácter amenazador y que estaba ansioso por galopar, le dio rienda suelta y lo espoleó a gritos y con los pies. Al ver esto su padre, con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, besó a Alejandro al desmontar y dijo: “Búscate un reino, hijo mío, que sea digno de ti. ¡Macedonia se ha quedado pequeña!”.