Parábola

Menos palabras y mas parábolas

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"Una mañana encontré a un forastero que caminaba deprisa por el sendero. Me sorprendió su manera de caminar, ágil y de prisa Sobre sus brazos llevaba cántaros, vasijas y jarras cuidadosamente acomodados. Eran toda clase de cacharros, unos redondos, otros alargados, algunos grandes y algunos más pequeñitos. Los prendía a su cuerpo con fuertes broches y con gruesas cuerdas.
 Mi curiosidad fue tan grande que, con toda imprudencia, detuve su marcha y le pregunté:

 - ¿A dónde te diriges con tanta prisa y por qué llevas contigo ese cargamento tan pesado?
 Con voz agradable y una sonrisa en los labios me miró y aligeró su paso.
 - Me han dicho -me dijo- que al final de este sendero puedo encontrar el estanque de los sueños. Llevo todas estas vasijas para llenarlas de agua. Sé que con ella calmaré mi sed y la de mi pueblo. Llevaré agua para aliviar a los enfermos, para refrescar a los niños, para regar los huertos, para limpiar las impurezas de los egoístas, para limar las asperezas entre las relaciones agresivas, para lavar las ideas de los necios, para mitigar las heridas de los tristes, para contagiar los pensamientos de los sabios y para regar amor y sentido del humor entre todos los de mi pueblo.
 - Tengo mucha prisa -continuó- porque tengo ilusión por llegar, y me interesa regresar antes del atardecer para que todos puedan disfrutar de esta agua desde el día de hoy. Mi cargamento es mucho pero no me pesa, lo sujeté a mi cuerpo y también a mis deseos.
 Con alegría estiró su mano y sin detenerse se despidió de mi, dejándome pensativo.

 Unos minutos más tarde, vi a lo lejos, por el mismo sendero, otra figura; se veía torpe y lenta.
 - ¿Será un hipopótamo o quizá un rinoceronte? -me pregunté.
 Tuve que esperar mucho rato para distinguir que no era animal alguno, era un hombre. Cargaba algunos utensilios sobre el lomo y otros más llevaba arrastrando de sus piernas. A pesar de que trataba de caminar presuroso, se tropezaba continuamente y cada cinco pasos se tenía que sentar a descansar.
 Mi curiosidad volvió a impulsarme y me acerqué para preguntar:
 - ¿A dónde te diriges con tanta prisa y por qué llevas ese cargamento tan pesado?
 Con voz pastosa y respiración agitada, se detuvo y se apoyó sobre un tronco.
 - Me mandan -contestó-, dicen que allá está el estanque de los sueños. Debo traer toda el agua que quepa en estos trastos para entregarla al anciano de mi pueblo, él sabrá para qué utilizarla, pues dice que es muy necesaria para mi y para todos. Llevo prisa porque me encomendaron que volviera antes del atardecer si quería participar de este agua y evitarme el castigo de los dioses. Sí, mi cargamento es muy pesado, no sé si llegaré con él, quizá vaya tirando algunos de estos cacharros por el camino, no creo que se den cuenta cuando llegue.
 Con gran esfuerzo se levantó de nuevo y sin decirme adiós, prosiguió su viaje.

 Durante parte del día, esperé con impaciencia pues tenía mucho interés en verlos regresar. Me preguntaba si habrían encontrado lo que buscaban.
 Los dos hombres volvieron antes del atardecer. Ambos traían el agua. Sin embargo, observé una diferencia entre ellos: el primero regresaba con paso constante; se le veía fatigado, pero en su rostro estaba dibujada la satisfacción.
 - Hasta pronto amigo -me dijo al pasar-. Mira todo el agua que llevo, pronto regresaré por más pues deseo apagar la sed de toda la humanidad.
 El segundo venía agotado. Su carga ya no era tan pesada pues había tirado muchas vasijas en el camino.
 - Cumplí -dijo al verme-; nadie podrá castigarme. Espero que no me pidan más agua pues buscaré la forma de no regresar por este sendero.